“Por lo menos hoy tenemos algo que contar”, comentaba una de las señoras sesentonas con bañador olímpico que había ido ese día a remover el agua de la piscina cubierta. “En realidad no sé para que entran, se van a ir decepcionados”, decía otra señora, más vieja, más entrada en carnes y más tristona. Otra de ellas, se bañaba en las duchas desnuda, mientras el séquito de albañiles pasaba a su lado para verificar las reformas que empezarían de inmediato. A esta señora no le hizo tanta gracia y les llamó cabrones, hijos de puta y cerdos en cuanto les vio, no sin antes enseñar un poco de palmito… Y es que tampoco es cuestión de no parecer presentable a los ojos ajenos. Algunas chicas más jóvenes se alisaban el pelo y otras se lo secaban, pero como era el mes de agosto era prácticamente innecesario. Miraban al espejo y se aplicaban crema hidratante, muy importante para evitar el devastador efecto del cloro. No se percataron de lo que allí estaba ocurriendo, porque iban con la hora justa y muy poco les importaban las obras de reforma y los albañiles observadores ojipláticos. Una de las señoras mayores, sin embargo, agradeció sobremanera ese momento y guardó el recuerdo de unos ojos posados sobre su voluminosa figura durante mucho, mucho tiempo.
4 comentarios:
Bueno, es normal, tiene que haber de todo, puretas que agradezcan ser miradas y las que no.
Apenas recordaba la última vez que había ido a una piscina para refrescarse. Quizás fue el mismo año que llegó, con apenas 20, en aquel pueblecito de Lleida, nada tan lujoso ni cubierto, tras una buena temporada en los frutales que le permitió darse un respiro. El último, como lo ve ahora. Y como casi todos sus nuevos amigos, tuvo que cambiar el campo por el ladrillo... todo se aprende. No tanto tiempo, ahora que lo piensa, los días se amontonan a la entrada de su futuro y apenas se dejan pasar el uno al otro: si estuvieran conmigo, todo sería más fácil, cree. Apenas son las 12 y es la tercera obra que visitan hoy, intentando mantener el ritmo entre las tumbonas y los gruñidos de un encargado que les ve como el último obstáculo a salvar antes de las vacaciones. Es Agosto, y apenas su pupila se adapta al paso del encargado: calles reverberantes, claroscuros en torno al agua, penumbra en los vestuarios. Se apresura tras la sombra de un compañero, pero una mancha pálida le sale al paso: gritos. Conoce bien las primeras palabras que, como chascarrillo, los otros temporeros se afanaban por enseñarle. Gira la cabeza evitando mirar lo que apenas ve, fijándola casi ciega en cualquier rincón. Así, espera el silencio durante mucho, mucho tiempo.
Así se escribe, asmartchimp :)
Gracias, es más fácil cuando no se parte de cero... todo ;-)
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