Llevaba sentada en ese banco aproximadamente un millón de años.
Su madre le había advertido que no hay un amor tan grande como para atarse toda una vida a una silla. Pero ella creía que en esa y otras cosas su madre se equivocaba.
Su marido se fue con otra, como muchos otros, pero esa es otra historia.
Siempre había soñado con irse muy lejos de allí, del viejo negocio familiar que la tenía atada desde antes de nacer. Y un cinturón pasó a ser otro y así pasaron los años y cuando se dio cuenta tan sólo era una mujer con canas y demasiado dolor.
Se sienta en el banco porque dice que así se alimenta de la vida de los otros, como un pequeño vampiro, todavía lo suficientemente joven e inexperto como para manifestar cualquier tipo de maldad.
Hay quien cree que se trata de una indigente más, y algunos hasta le dan algo de calderilla que les sobra de su día. Ella siempre responde con una sonrisa, pero sus ojos contestan a preguntas lejanas.
Y sobre todo se pregunta, día tras día, hora tras hora, segundo tras segundo, por qué no lo mató cuando lo tuvo entre sus manos.
3 comentarios:
Ahora diré una tontería grande, pero esta breve historia me ha traído a la cabeza la "Cerillera", en este caso cerillas de amor.
Y pasó de un cinturón a otro. Una condena, la de alguien que a lo largo de los años han escogido por ella. ¡Levántate de ese banco! ¡Olvida el marido y el negocio familiar!
Una historia que llega hondo y me subleva.
Saludos y felicitarte una vez más por tus cuentos.
Decisiones...o quizás como es.
Me encantan tus relatos cortos.
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