Quizá un maletero no es un buen sitio para estar, pero sí es mucho mejor que la muerte o esas pesadas partidas de cartas después de comer que nunca terminan. En eso estaba pensando Silas, en el maletero de alguien que no conocía por el momento y que desde luego si conocía nunca iría con él a ver el mismo partido de fútbol. Recordó todos sus pecados pero creyó que ya había pagado lo suficiente por ellos. Ahora llevaba una vida normal, sin excesos. Se levantaba, se duchaba, iba a trabajar, trabaja durante horas haciendo ese insoportable trabajo “en cadena”, volvía a casa y a veces cuando había suerte y a Zoe no le dolía la cabeza, hacía el amor. Soñaba que trabajaba y sobre todo soñaba con hacer el amor constantemente con su mujer y con muchas otras mujeres que no eran la suya. Un bache interrumpió sus pensamientos. Empezó a imaginar todas las personas que querrían matarle y de qué forma lo harían. Su jefe le estrangularía, su hija le titaría desde un octavo, su mujer le descuartizaría…Silas pensó que después de todo no había sido todo lo bueno que esperaban de él y juró a Dios que a partir de ahora viviría por y para los demás. El coche paró y Silas se meó encima. Supo que llegaba el final y dudaba mucho de que hubiera al fondo del túnel dos bellas ninfas esperándole. En lugar de eso, dos voces distorsionadas le advirtieron que no hiciera ningún movimiento brusco. Tendría que contar un minuto y entonces podría quitarse la capucha que cubría su rostro. Pasado un minuto, o lo que a Silas le pudo parecer un año interminable, se despojó de la tela que le tapaba. Y allí estaba él, en mitad de la nada, un desierto a su alrededor y todo el tiempo del mundo para rectificar sus errores.
1 comentario:
¡Muy bueno! Me ha gustado mucho.
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