La había amado como un hombre puede amar una mujer, o como una mujer puede ser amada, después de la pasión y de los gritos y del sosiego de después. En aquellos momentos él lo sabía pero lo peor del asunto es que ella era dueña y señora de ese sentimiento y sabía que podría hacer lo que quería con él en un abrir y cerrar de ojos. Podía encerrarlo en una habitación y no dejarle salir nunca más. Su pobre corazón. Pero lo cierto es que él la amaba con todos sus sentidos, que muy probablemente estaban aletargados, como suele suceder en estos casos. Y la miraba mientras ella se vestía de señora mayor e incluso cuando se vestía de niña, con esos vestidos de pana con forma de bolsa de basura. Ella siempre estaba perfecta, de día, de noche, con el rimel corrido y sin él. Incluso cuando aparentaba estar fea y jugaba a estarlo, él querría hacerle el amor en ese mismo instante. Las cosas se tuercen y el amor también. Ahora ella no está, o no está presente si es que eso importa realmente. Porque él la ama igual, tanto o más que al principio, y se resiste a creer que después de todo lo que realmente ama es la idea del amor.
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