miércoles, 12 de noviembre de 2008

Texto sencillo

Cuando llegó al salón donde le llevaban horas esperando, recordó que había olvidado su discurso de bienvenida. En ese instante, quiso ser otra persona, incluso un animal si fuera preciso, y se fijo en su anillo cambiado de dedo, como siempre hacía cada vez que quería recordarse algo a sí mismo. Él siempre hacía hincapié y se enorgullecía quizás en exceso de ser puntual, detallista y buen anfitrión, pero en ese momento toda su reputación calló en picado. Comenzó a morderse las uñas. Todos los rostros conocidos le parecieron extraños e incluso desagradables. Miró su reloj. No quedaban pilas. El sudor le estaba calando la camisa de línea diplomática que tanto gustaba a sus alumnas de cuarto. Ya no sólo sería un mal anfitrión, sino que pasaría a engrosar las filas de pésimo aseo personal. Recordó a su padre en las gradas de aquellos partidos de fútbol lejanos ya. Se equivocó de portería, y no una y dos veces, sino un millón de ellas. A él lo que realmente le iban eran los libros de aventuras. La isla del Tesoro era su favorito. No le importaba perder todos los partidos que fuera necesario, lo que quería de verdad era llegar a casa y seguir con Viaje al centro de la Tierra. Volvió a la inmensidad de la sala, donde los comensales parecían impacientarse. Movió ficha.

-Aunque a muchos de los presentes le hubiera gustado que muriera, aquí me tenéis vivito y coleando.

Fue entonces cuando los aplausos llenaron la sala, y él contrariado se encogió de hombros y tragó saliva.



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