sábado, 15 de noviembre de 2008

No me mires

No me mires antes de que me descalce, susurró ella. Sus pálidos pies, recorridos por tenues azuladas venas eran tan frágiles que daban miedo. Ella se creyó todo el cuento chino que él tenía preparado, y él usó sus mejores trucos, porque nunca había visto nada igual. Descorcharon una botella de champagne aunque ninguno de los dos tenía nada que celebrar. Quedaría muy decadente decir que a ninguno de los dos le había sonreído la vida. El alcohol iba subiendo poco a poco y los pómulos de ella iban adquiriendo ese color rosáceo de felicidad y vergüenza. El tipo de vergüenza de quien sabe que no está haciendo lo correcto, pero que aún así asume los riesgos. Él tomó su mano y ella soltó una carcajada, que duró durante un largo rato, casi hasta que amaneció, y entonces los pies de ella cogieron un tono tostado, como si hubieran estado mucho tiempo durmiendo bajo la tierra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me cago en todo. Me ha encantado, joder.