Malena sabía que le había matado antes incluso de que exhalara el último suspiro. Y por mucho que se pueda esperar de su finura inglesa y de sus buenos modales, la verdad es que a Malena le importa una mierda que él ahora haya muerto, y no sólo eso, sino que no tiene ningún tipo de remordimiento de no sentir ni un ápice de lástima o de miedo por las posibles consecuencias. Es cierto que ya le había avisado en repetidas ocasiones de que no jugara con ella o tendría que vérselas con el mismo demonio en cuerpo de mujer. Una mujer preciosa, de curvas voluminosas, de esas que aparecen anunciando coches o incluso paradójicamente cuchillas de afeitar. Ella sabía que tenía el poder bajo su chistera y que podía hacerlo aparecer en un abrir y cerrar de ojos, sabía que tenía el poder bajo su falda y podía hacerlo aparecer como un tiburón hambriento. Desde pequeña había ganado todas las partidas, incluso las imposibles de ganar, pero nunca había sentido nada, era su deber para con el mundo y con ella misma. Ahora él estaba muerto y ella se repite como el que cuenta hasta cien que ha hecho lo que tenía que hacer. Mientras piensa esto, Malena retoca sus labios y se pinta la raya del ojo. Y es que habría que estar muy loca, piensa Malena, para no asistir a la cita que lleva tanto tiempo esperando.
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