Ella le observa sin entender nada. En sus ojos hay tristeza, pero también miedo, no puede explicarse cómo ni cuándo abandonó a su hija. Las notas marcaron su vida, y los aplausos de extraños sin cara. Mientras, su niña la esperaba ansiosa, detrás de la puerta, para verla aunque fueran dos segundos. Ella cree que lo hizo bien, pero eso siempre es algo subjetivo, todos creemos siempre que lo hacemos bien, a pesar de hacerlo peor que nunca. Le llevaba pastas de té y collares y anillos de los países por los que viajaba, mientras su hija veía su cuerpo crecer y no entendía nada. Todo lo demás estaba en el lugar inadecuado y no se podía parar de ninguna manera. No hay solución cuando el jarrón está roto por mucho que pueda pegarse, las cicatrices llamarán más la atención que la porcelana japonesa. Unidas por el cordón umbilical, y sin embargo, tan dispersas, sin poder si quiera rozar las puntas de sus dedos sin sentir un rechazo imprevisible. Ella tocaba muy bien la sonata de otoño porque era lo único que podía tocar sin sentirse una extraña.
2 comentarios:
Qué historia más triste, la más triste que he leído en tiempo, y sin embargo preciosa. Dos personas, que deberían ser inseparables y pese a ello tan desconocidas. Sigue escribiendo, que me encanta!!! En clave, en jeroglífico o en lo que quieras, pero no se te ocurra callarte. Un beso pequeña.
La foto y la historia inmejorables. He llegado de casualidad y pretendo quedarme en tu pequeño mundo de la bloggosfera...
Supongo que imaginarás quién soy. La que no para de decirte Penélope, jejeje!
Te mando un millón de besos y q sepas q me has caído genial!
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