viernes, 23 de mayo de 2008

Cristina

Cristina odiaba las mañanas. Y no las odiaba por el madrugón o por las tostadas quemadas, sino por el vaivén del metro, las horas muertas y los silencios prolongados en el ascensor con algún desconocido que sonreía bajo su gabardina. Cristina llegaba al trabajo siempre cuatro minutos antes, uno para ir al baño, otro para hacerse un té, otro para mirar el correo y otro para decir buenos días a todos. Su jefe la miraba con ojos de deseo y cada vez que se cruzaban, la intimidaba contra alguna pared y le aseguraba que sería suya. Ella sólo sonreía, era una buena chica, con corazón de animal asustado. Sus vestidos eran perfectos, sin ningún pliegue en algún mal lugar, siempre bien combinados con sus pendientes de mil colores. Su cabello era precioso y perfecto, de peluquería, como Ingrid Bergman o Ava Gardnen. Todas le envidiaban en la oficina, pero ella se sentía sola. Cuando todos tenían algún plan, ella miraba hacia otro lado y si alguien le preguntaba respondía que pasearía por el parque. Cristina no quería tener novio, porque ya había tenido muchos y sinceramente, no había sentido nunca el calor de un abrazo a tiempo, sino adioses y algún revolcón con caricias de mentira. Un día Cristina no llegó cuatro minutos antes al trabajo, tuvo que volver a casa porque se había olvidado los pendientes color hueso y sentía como si le faltara un brazo.







1 comentario:

Cristina Calle Cordero dijo...

Eres buena pequeña. No me conformo con unos párrafos, me encantaría coger un cruel tomo de 700 páginas con tus historias, porque estoy segura de que sería mi libro favorito. Porque me gusta como lo haces (esto en la oficina daría para más de un comentario) y porque lo haces tú, y cuando te leo me da la impresión de conocerte más.
Seguro que conseguiría llevarme a Cristina de borrachera!!jajajaja seguramente se siente sola porque no conoce a nadie que le haga sentir lo especial que es, lo especial que tu haces que los demas sintamos que es...me gusta porque en pocas líneas me siento obligada a unirme a la triste empatía de Cristina, porque me abraza su calor y su pena me enfría la espalda...
Quiero más!!fuera de bromas ni piropos.
Muchas gracias amor. Prometo seguir ahí, pero esta vez, y a partir de ahora, que no se me vayan los modos, y menos contigo, porque la confianza no justifica ignorar la sensibilidad de los demás, y tú te mereces todos los esfuerzos del mundo.
Un beso, hasta mañana