Cuando era pequeña tenía una gran facilidad o habilidad para sangrar por la nariz a todas horas. Alguien se acercaba a mí y me preguntaba “¿qué tal pequeñina?” y yo ya estaba sangrando por la nariz. Me llevaban al colegio y nada más entrar por la puerta, ya estaba sangrando por la nariz. Para colmo mis padres me ponían algodones gigantes en la nariz y todo el mundo se reía de mí. Por culpa de esos algodones ahora tengo la nariz grande. Muchas de las fotos de familia en las que soy pequeña parezco un cadáver más que una niña linda de cinco años. Aparezco con la cabeza hacia atrás y los grandes algodones como señas de identidad. Un día, sin más ni más, dejé de sangrar, y entonces me di cuenta de que había crecido.
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