Elena siempre pensaba “y si…” y así se le iban escurriendo los días como arena de playa que corría entre sus dedos. Esa noche era una noche especial y estaba haciendo los preparativos para que todo saliera bien. Mientras tanto ella pensaba “y si se va la luz”, “y si a la gente no le gusta la cena que voy a preparar”, “y si mi marido se da cuenta de que mi cuñado me mete mano por debajo de la mesa”… En esos pensamientos estaba cuando llamaron al timbre. Entraron los primeros invitados. Ninguno de ellos reparó en los adornos y detalles que Elena había colocado en cada rincón de su acogedora casa. Ni en los nuevos sillones que había comprado y que hacían juego con esas cortinas que ella había cosido a mano. La vajilla también era nueva. A su sobrino se le calló un plato al suelo. No le dio importancia, pero mucho menos se la dio su hermana que dejó de darle importancia a las cosas desde que su marido le era infiel con cualquier mini faldera de tres al cuarto. Nadie hizo ningún comentario sobre el pato a la naranja amarga que había preparado durante horas, ni al pudín de turrón exquisito que había repetido tres veces, tras caérsele uno y quemársele otro. Cuando llegó el momento de brindar se apagó la luz y su cuñado aprovechó la ocasión para palparle la rodilla y ya de paso el muslo. Ella corrió a encender los plomos y entonces se dirigió a sus comensales y dijo:
-La próxima vez que no tengáis ningún detalle conmigo, ni tengáis en cuenta mis florituras para con vosotros y encima me toquéis los cachetes por debajo de la mesa, mejor pensáoslo dos veces y no vengáis.
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