martes, 20 de noviembre de 2007

Sola

Lucía se había despertado como cada día con un destello de luz que salía de la persiana carcomida por las continuas granizadas.
Se levantó un día más sin ganas de nada. Le esperaba un largo día exactamente igual que el anterior, sin alicientes ni novedades.
Sabía que vería a la misma gente de siempre, y entre esa gente se encontraría con su jefe, un ser maloliente y testaduro, que no veía más allá de su propia nariz.
Alguien que siempre empezaba las frases con "me haces esto, me haces lo otro...". Lucía no aguantaba tener que hacer algo destinado a su jefe, aunque en último
caso siempre fuese así. Y cuando escuchaba estras frases se lo imaginaba desnudo delante de todos sus empleados y en situaciones vergonzosas del estilo.
Sin más dilación, salió de la cama de un brinco. Tomó un café, se cepilló los dientes y se vistió. Lo de todos los días. Encendió la televisión, pero ésta no funcionaba así que
se dispuso a salir a la calle. "Compraré el periódico", se dijo.
Salió a la calle y no había nadie. Miró su reloj, pensó que quizá se había equivocado de hora. Marcaban las 10, la hora de todos los días. Era estremecedora la soledad que
sentía a su alrededor, la misma que sentía cuando estaba sola en su casa. Y eso le gustaba. Siguió caminando de camino al metro. El quiosco también estaba cerrado.
Se extrañó bastante. Los quioscos siempre están abiertos desde temprano. Se dirgió al metro, si no, llegaría tarde y tendría que aguantar al jefe una vez más. Bajó las escaleras y la verja estaba echada, y encontró un cartel de "servicio no disponible, perdonen las molestias". Lucía no supo que hacer, lo único que se le ocurrió fue llamar desde una cabina a su madre. Saltó el contestador. La voz de su madre grabada contestó pausadamente. Lucía colgó el teléfono angustiada. Caminó durante horas, y no encontró a nadie en la ciudad. Nadie había muerto, habían desaparecido sin más. Y en el momento en que fue consciente de que estaba sola,definitivamente sola,
esbozó una pequeña sonrisa y se dio cuenta de que lo que había soñado durante años, se había hecho realidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando no la tenemos siempre la añoramos, pero cuando nos cubre al final acabamos odiándola y añorando la rutina... con qué te quedas?