domingo, 16 de enero de 2011

The black one


Y entonces pensó que si en la vida real se arrojaban tantos anillos de compromiso como hacen en las películas, otro gallo cantaría.
Siempre imaginó el momento en que si le engordaba mucho el dedo, al morir tendrían que cortárselo, para sacar así su anillo y dárselo a su difunta esposa, o a sus hijos, o al gato, o a los uno o dos amigos que aún quedaran. Y le dolía pensarlo. Así que procuraba sacárselo siempre antes de dormir, pensando en que así al menos la muerte no le pillaría desprevenido por las noches.
Mientras volvía a casa, en el todoterreno que consiguió a precio de ganga, repasaba su vida, con pensamientos mezclados y sentimientos contradictorios sobre las cosas que había soñado, las cosas a medias y las vidas de otros. Miró su anillo mientras apoyaba su mano sobre el volante en una de las curvas pedregosas de camino a su finca. Pensó en dónde quedaba todo lo que fue y lo que no fue y lo que quiso que fuera, pero no hubo forma de que pasara. Volvió a mirarlo por última vez, porque sólo Dios sabe que era la última vez que volvería a verlo.

4 comentarios:

Igor dijo...

Así suceden estas cosas. ¿Cuántas veces repasamos nuestras vidas? Como si fuera algo importante... El anillo, la herencia, los líos, hasta que llega ese giro en la carretera.
Saludos.

Belén dijo...

Yo es que pienso que el compromiso es algo mental, no de anillos...

Besicos

Laia Arqueros Claramunt dijo...

Muchas gracias Ana, si todo lo que puedes ver en el blog son trabajos míos, me alegra que te gusten.

Un saludo

Manco Cretino dijo...

Moraleja: No hay que casarse!!! jajaja