sábado, 12 de diciembre de 2009

Una BH del 96


Sonó el despertador, pero no hizo caso. Lo apagó una y otra vez, incluso soñando lo apagaba y lo encendía constantemente.
En su cama, estaba hecha un ovillo y así era feliz. Las mantas podían protegerla del mundo exterior, de la plaga de miedos que podía ofrecerle la vida.
La noche anterior había sido lo mismo de siempre. Había salido por la puerta de atrás para que su madre (que estaría viendo algún talk show mientras comía crepres de chocolate) no pudiera advertirla. A la vuelta, también entraba por la puerta de atrás, pero casi nunca lo hacía sola. Aunque cada vez que sonaba el despertador, todo había acabado.
Su padre le había regalado una BH rosa. Su padre quería de todo corazón que dejara de ser un marimacho. Su padre quería una vida distinta para ella, pero bien sabía que no podía comprársela.
Durante un tiempo, cogió la bici e hizo los recados. Fue una chica buena o al menos lo intentó. Los sábados limpiaba debajo de la cama y los domingos besaba a su madre antes de dormir. Pero ella parecía no enterarse de mucho o de casi nada.
Después su padre se fue y no volvió nunca. Ella aprovechó para guardar la BH rosa en el sótano y sólo cuando se sentía sola de verdad, la desempolvaba y daba un par de vueltas a la manzana. La niebla de la noche le recordaba que estaba viva, y que un tiempo atrás pudo ser una más de todo aquello.

6 comentarios:

MâKtü[b] dijo...

ese maldito despertador es el límite entre la realidad y nuestros sueños...

Gracias por pasarte por mi pequeño mundo, me has hecho descubrir el tuyo ;)

DANI dijo...

Creo que con tan cercanas y reales historias, acabas de conseguir un adicto a tus textos.

Me autoproclamo tu Fan ja ja ja

Besos encantados

Lorraine dijo...

Nunca una bicicleta despertó tantos sentimientos tristes...

Belén dijo...

Sin el padre, para qué seguir yendo en bici?

Triste...

Besicos de cadadíamegustamásesterincón

a smart chimp dijo...

quizás porque la madre no está mucho más presente...

Sen dijo...

hoy me he quedado entre las sabanas porque me dolía la cabeza, pero joder, era el hombre mas feliz del mundo. Aunque no por que tenga miedo de lo que hay fuera (bueno, solo un poquito).

Yo cuando estoy melancolico cojo mis patines, que no son una bh ni una bici, tampoco son rosas. Pero dar una vuelta de vez en cuando ayuda a aclarar las ideas.

Y los hombres nos morimos, porque la locura acaba con nosotros. Supongo que no estamos acostumbrados. Gracias por pasarte