Solíamos subir a la azotea y una vez allí yo ayudaba a mi madre a tender las sábanas de blanco inmaculado. Dicen que se pueden olvidar muchas cosas, pero los olores nunca se pierden y yo recuerdo aún el olor a humedad y detergente que impregnaba las sábanas. Los destellos del sol me cegaban y cuando miraba al cielo me hacía preguntas sobre el cosmos, el universo, la inmensidad de las cosas y la pequeñez de otras. Mi madre trataba de explicarme el concepto de infinito, pero yo no podía entender que algo así existiera, y me daba miedo imaginarme algo que era incapaz de abarcar con mis pequeñas manos.
¿Qué es infinito?
Imagina una caja, cubierta por otra caja y así siempre.
¿Siempre es infinito?
Sí, algo así
No lo entiendo.
Ya lo entenderás de mayor.
El sol cegaba mis ojos, pero mi sentido del olfato se acentuaba. Húmedo detergente en aquellas sábanas blancas y esa sensación de no comprender nada, de no abarcar nada, que aún me dura en estos días.
3 comentarios:
Me ha llegado hasta el olor de lavanda...(es que así lavaba mi abuela)
Besicos
¿fin del periplo vacacional? Bien de-vuelta a casa...
Lo del infinito, tengo que confesarlo, me fascina aún por incomprensible. Como esas fragancias que quedan adheridas para siempre. Mmmmmm.
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