Había comprado un cepillo de dientes nuevo de los que él usaba, porque le conocía muy bien, aunque lo cierto es que no le conocía personalmente, pero le quería más que a nadie había querido en su vida. Una vez le vio, desde su puesto de camarera en el ‘Raimond’ de Old Street ya no le perdió la pista. Iba a los mismos restaurantes que él frecuentaba, fumaba los mismos cigarros que él fumaba y hasta había aprendido a conducir para seguir sus pasos. Por las noches, cuando él dormía, ella cambiaba las flores mustias de su jarrón por un ramo de violetas recién compradas. Trataba de no hacer ruido porque él trabajaba duro y sabía lo mucho que necesitaba un buen descanso. Era piloto de vuelo y un mal sueño pondría en riesgo a muchísimas personas, y lo que más le preocupaba a ella, pondría en peligro su vida. El solo hecho de imaginarlo le estremecía. Por eso necesitaba alguien que pusiera orden sus horas. Su ex mujer le había abandonado y le había dejado una nota en la puerta que nunca llegó a leer porque ella se adelantó a borrar las huellas antes de la catástrofe. Cambió un “no voy a volver” por un “necesito tiempo”. Lo único que deseaba era esa sonrisa de niño pequeño en sus labios y ese descanso tranquilo e inquebrantable y si para ello necesitaba inventar una vida inexistente, haría lo posible por conseguirlo. Y una vez que dejaba todo en orden y le daba un beso de buenas noches desde el marco de la puerta, la cerraba muy despacio sin hacer ruido para que nada pudiera enturbiar sus sueños.
2 comentarios:
Mal vamos si ya hay mentiras...
:)
Besicos
Jop...A veces creamos la vida que no es para hacer aparecer la sonrisa que deseamos y eso nos hace tann felices que acabos creyendo que es cierto (L),
me ha encantado
Seguiré tus entradas, besos!
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