martes, 4 de marzo de 2008

A todas esas mujeres


Había estado esperando ese momento durante mucho tiempo. Había contado los años, los días, las horas y minutos que faltaban para que él muriera. Y había llegado el día tan esperado. Ella se había casado hasta que la muerte les separase y eso es lo que iba a ocurrir. A su marido le quedaban unas horas de vida, justo las que pasó a su lado, sin dejarle ni un instante, como si por que se ausentara él se fuera a morir antes. Ella siempre le había cuidado, le había atendido y le había amado hasta donde pudo. En el pueblo estaba bien visto aguantar hasta parecer mártir y desde luego ella se había ganado el cielo. Si Dios existía, estaría orgulloso de ella, de su sufrimiento y de su paciencia. Sin embargo, ella había pecado, había deseado con todas sus fuerzas que él muriera de una vez, para que ella pudiera empezar a vivir. Acarició su mano, aunque él ya no podía sentir nada, sin embargo sí podía escuchar lo que ella quisiera decirle. Así pues, como ella sabía que esa noche no le pegaría más, porque él no podría levantarse de entre los muertos le dijo:

- Me voy a quedar contigo hasta que no puedas exhalar ningún suspiro, y voy a ver cómo te vas al infierno y te pudres en él.

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