martes, 26 de febrero de 2008


Elena había cumplido ya los cuarenta. En esos momentos se empezaba a sentir hierba vieja, además de inservible y malhumorada, y así pasaban sus días. Se había casado con un jardinero más bien bestia y borracho, que apenas le dedicaba cinco minutos entre borrachera y borrachera, y ya era mucho. Su hija hacía pellas, tenía apenas 9 años y ya fumaba a escondidas. Elena se preguntaba cada día que sería lo que había hecho mal, ella siempre se había portado bien con la gente y aunque no tenía estudios inteligencia no le faltaba. Un día decidió que todo eso cambiaría. Buscó su agenda y en ella el número de una prima suya que vivía en Cádiz. Le dijo que iría a su casa una temporada. Hizo las maletas y dejó una nota sobre la mesa del salón. Con un poco de suerte su marido la leería un día de estos.

“No me esperéis a cenar, me he ido por unos días”

En la estación de autobuses un hombre se le acercó. Le preguntó si se iba con él. Ella negó y miró para otro lado. Él dijo “por culpa de putas como tú así va el mundo”.

Elena subió al autobús. Vio alejarse al hombre, oscuro, como una sombra que se confunde con la inmensidad. Y vio alejarse Madrid, frío como un témpano, y a sus gentes ensimismadas por los quehaceres cotidianos. Elena se acurrucó y pensó que quizá no volvería a ver esas calles en mucho tiempo.


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