Los colocan sobre una pelotas de goma gigantes y parecen extrañamente felices.
Se les cae la baba y parece de lo más normal. Hay escenarios donde puedes hacer lo que quieras-
te dejen-pagues y nadie va a mirarte como si estuvieras deshaciéndote en sosa cáustica. Incluso pueden ser
simpáticos contigo, ofrecerte un cocktail, de no sé qué nombre inventado para que bebas por los oídos o simplemente acariciar tu brazo mientras te ladeas ridículamente hacia un lado. Como en esos cuartos oscuros donde uno entra pero al salir ya nunca será el mismo.
Yo los miro. Intento comprender. A mí no me hace ni puta gracia. No quiero cocktail ni caricia mientras me ladeo. Sólo quiero que las cosas sean normales, que estén en su sitio, como esas estanterías del Ikea o esos domingos con sombrilla y gorra, y la espalda llena de crema blanca y arena.
Los veo sonreír mientras pedalean dentro de una caja oscura, y me entran ganas de abofetearme.
Todos son felices, les parece cojonuda esta situación.
Miro mis pies por si llevara cordones prestados, pero parece que todo está en su sitio. No me sonrías, yo no soy una de las perlas que llevas colgadas al cuello. Nunca podría hacerte feliz sobre esa jodida pelota de goma. Leí una vez que hay personas tan buenas que tienen que estar todo el tiempo diciendo lo horrible que son el resto para sentirse mejor. Bueno pues eso es un poco el resumen de todo esto. Puedo sonreír pero los cordones no tienen por qué ser míos. Ni tuyos
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