Sabía lo importante que era para él ese día. Le acababan de conceder el ascenso por el que tanto tiempo había peleado y por el que tantas horas había estado fuera de ella y de todo lo demás. Porque lo sabía y porque hasta ella misma se había quitado un peso de encima, preparaba una cena especial. Había pasado todo el día fuera de casa, yendo de un mercado para otro, recogiendo lo mejor de cada esquina, para que se tratara de un día especial. Había comprado todo lo que él deseaba siempre al llegar a casa y había comprado el disco de Lou Reed que llevaba tanto tiempo buscando. Se había pintado las uñas y se había hecho la manicura, había pintado sus ojos y se había puesto algo de color en los pómulos. Se había mirado al espejo sin verse demasiado a sí misma y viendo lo que esperaba de aquella noche. A partir de ahora vendría una racha de las buenas, de las de dormir abrazados sin asustarse del mañana. Irían juntos a la casa de verano que tenían en la sierra y podrían pasear durante horas disfrutando del paisaje y recordando viejos momentos divertidos. Ya estaba todo preparado, las velas de rigor humeaban el salón dando aspecto romántico y cálido al mismo tiempo. Su vestido color miel le hacía juego con el pelo sedoso, liso y largo. Se retrasaba un poco, era normal, estaría con los demás compañeros celebrando el ascenso. Sin darse cuenta se había quedado dormida viendo un documental donde un hombre comía de todo, incluso pirañas. Miró el reloj que había sobre la repisa del mueble del salón. Era tarde, quizá demasiado. Pensó en llamarle, pero no quería molestarle tampoco. Pensó en ponerse el camisón e irse a dormir, pero y si él aparecía ahora por la puerta. En el revistero, el último número del Vogue. No lo había visto aún, así que empezó por la página de Tendencias.
1 comentario:
Produce melancolía lo que escribes. Aún siendo muy femenino este relato de alguna forma me siento identificado pero quizás en otro orden de cosas. Un saludo, sigue escribiendo, lo haces muy bien...
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