Y allí estaba ella, preciosa y asustada, con su vestido de gasa blanco rozándole los tobillos. En ese momento odió a su padre, a su madre y hasta al gato, por no poder llevar unos vaqueros y unas botas de ante. No es fácil ser una niña mona dentro de un traje repipi y soso y eso era algo que ella sabía muy bien. Observó desde su banco al cura en el altar, hablando de cosas que ella no entendía, pero sin embargo le envolvía el eco de su voz retornando desde las paredes frías y húmedas y le embriagaba el olor del incienso. Miró los pies de cristo y le parecieron grandes y distintos a los pies de todos los demás hombres que ella había visto, que desde luego tampoco eran muchos dada su corta trayectoria. No entendía que hacía un hombre clavado de piernas y brazos y al mismo tiempo otro hombre hablando con una túnica larga, contando historias apasionantes, que poco tenían que ver con los pies brillantes del hombre muerto. Y en ese momento se sintió triste y cuando todo el mundo se fue se quedó sola contemplando la plenitud del silencio y escuchando sus propios sentimientos. Entonces fue cuando por fin le dijo a Jesús algo que quería comentarle desde hace tiempo:
-¿Por qué no te bajan de esa Cruz de una vez? Así podríamos limpiar tu sangre y yo no tendría que llevar estos absurdos vestidos.
Jesús siguió callado, una vez más, pero ella supo entonces que las cosas habían cambiado entre ellos dos y que ya nada volvería a ser lo mismo.
2 comentarios:
Hola, Ana, he colgado un nuevo relato de Loriga en mi blog, por si quieres pasarte:
ZIG ZAG
Salu2
ETDN
Bonita historia guapetona...
Con ganas d verte otra vez...
bsos
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